Primero, aparecieron las sensaciones. Sentía humedad y escalofríos, sentía que estaba recostada sobre hierba húmeda y que la rama de una planta me golpeaba suavemente los párpados. Luego abrí los ojos y vislumbré el cielo entre el follaje. Era un día nublado y húmedo, con una brisa lenta y fresca. Me encontraba tumbada boca arriba completamente desnuda. Pálida y helada. El pelo mojado y los labios morados. Me pongo de pie y distingo a pocos metros la entrada trasera de una casa. En la puerta, está usted, vestido con una camiseta roja y unos jeans. En la mano tiene una taza de té que revuelve incesantemente con una cuchara. Me voy acercando entre las plantas. Estoy descalza y piso la tierra mojada, las ramas me rasguñan mansamente mientras me abro camino a través de ellas. Llego al umbral de la puerta y con un gesto me dice usted que entre. Paso el umbral, camino dos pasos y escucho cómo se cierra detrás de nosotros la puerta. Ya no tengo frío. Me despierto.